Debo
a Enrique Alcat, fallecido anteayer en Madrid, el título de este obituario.
¡Qué mejor homenaje puedo hacerle más que emplear la irónica frase, llena de
cariño, con que él solía presentarme: compañero y sin embargo amigo! Era
experto en comunicación, sí, pero sobre todo un hombre leal, íntegro y amigo de
sus amigos, entre los que yo tenía la dicha de encontrarme.
Nos
conocimos un mes de octubre de 1980, cuando ambos iniciamos juntos la carrera
de Periodismo en la Universidad de Navarra. De entonces, tras cinco años de
intensa convivencia en las aulas del Edificio Central, data nuestra amistad,
que recobró especial intensidad desde que en 2004 se incorporó como profesor en
el Máster en Comunicación Política y Corporativa (MCPC) que yo dirigía.
¡Cuántos encuentros y comidas en Madrid, Barcelona y Pamplona! Y hablábamos… de
todo, de lo divino y de lo humano, desde los retos de la comunicación en
nuestra compleja sociedad y de la crisis de valores que la aqueja, hasta del
siguiente partido de Osasuna y del Barça, pues ambos compartíamos nuestra
pasión rojilla y culé.
La
comunicación era su pasión profesional y además sabía transmitirla: a sus
múltiples clientes en cursos de formación, a la audiencia en general a través
de sus libros de divulgación, y a los futuros comunicadores en sus clases. A
finales del pasado mes de junio, dado que había sido nombrado padrino de la
novena promoción del MCPC, tuvo que dictar su lección magistral en el Aula
Magna de la Universidad. Hablando a los nuevos graduados les dijo al final: “El
amor lo es todo en esta vida y en esta profesión. Esta profesión que ustedes y
yo hemos elegido es una magnifica forma de vida. Yo me enamoré en esta
universidad de la comunicación”. Junto con el amor, otra de sus ideas clave era
la verdad, como también les resumió aquel día: “Decir la verdad. Ser libres”,
para ser capaces de “generar confianza a través de la credibilidad personal”.
Su
notoriedad pública le llevó a aceptar puestos de gran responsabilidad, que
ejerció con profesionalidad, sentido de la iniciativa y espíritu de servicio a
la profesión, como la dirección ejecutiva del Programa Superior en Gestión Empresarial y Dirección de Comunicación, del IE Business School, y su elección
como vocal de la Junta Directiva de la Asociación de Directivos de Comunicación
(Dircom).
Había
hecho planes para ir a visitarle, y el lo sabía, este fin de semana a
Majadahonda. Dios, que sabe más, ha querido que las cosas hayan ido de otro
modo. Me quedo con las últimas conversaciones que mantuve con él por teléfono y
por WhatsApp. “Debo mucho a mi querida UNAV y tú lo sabes”, me decía. Y añadía:
“Y que sea siempre la voluntad de Dios”.
Su
último libro, La tormenta perfecta. Diez
casos de crisis que conmovieron España. Cómo se gestionaron y cómo debieron
resolverse, salió
al mercado el mismo día de su marcha. Nos ha dejado, sí, pero nos ha legado
unas últimas páginas para que sigamos aprendiendo con él, para que sigamos
haciendo de la comunicación una profesión que ayude a tender los necesarios
puentes de confianza entre la sociedad, la empresa y la política.