Como no sé por dónde empezar, comenzaré
por el principio, que es lo más seguro en estos casos. Son tantos los recuerdos
sobre Paco Gómez Antón que se me agolpan y piden paso para ser expresados que
temo se produzca una montonera de esas que se forman a veces en el callejón de
la plaza de toros al final de los encierros de San Fermín. En medios de la
fiesta se nos ha ido. Muchos sabíamos de su delicado estado de salud y que
podía suceder en cualquier instante. Yo tuve el presentimiento a finales del
pasado mes de octubre. En mi última despedida de él en México DF, junto con los
profesores Jordi Rodríguez Virgili y Elena Gutiérrez, me dio un abrazo tan
fuerte que me estrujó el alma: así, literalmente, son de esos que te llegan al
corazón. Era, lo sabíamos, el último seguramente. Ahí estaba él, en su silla de
ruedas, con sus visibles achaques pero con la cabeza lúcida y con esa fortaleza
que siempre le ha acompañado y que tiraba de él continuamente para arriba. Y
allá arriba ha llegado a buen seguro.
Es difícil encontrar a un profesor que
reciba con abrumadora unanimidad el calificativo de maestro. Paco era una de
ellos. Resulta difícil olvidar, para tantos periodistas y comunicadores que
pasaron por sus manos, sus clases –valga la redundancia– magistrales de
Instituciones Jurídico Políticas Contemporáneas. Eran como irse de excursión
con él por los principales países del mundo, por esas “siete potencias” que
luego dieron título al libro que resumió sus enseñanzas. Conocía al dedillo, y
con la experiencia vivida, todos ellos y muchos más, pues la vida de Paco –o
Don Francisco para quienes éramos aún sus alumnos– dio para mucho… y sobre
todo, dio mucho.
He tenido el privilegio, que debo a la
insistencia de Aires Vaz –y este lo sabe–, de haber podido bucear en el archivo
de la Facultad de Comunicación para escribir la historia de sus primeros
cincuenta años de vida. Ahí, entre los papeles, me encontré a auténticos
“gigantes”, a quienes ya conocía por haber sido o ser aún colegas de claustro.
Uno de ellos fue, por supuesto, Paco. Los papeles hablan más de lo que parecen.
Recuerdo cuando me dio personalmente dos informes estratégicos de la Junta
Directiva de la Facultad que tomó posesión en 1975, y de la que el entró a
formar parte. Eran familiarmente llamados “el canuto blanco” y “el canuto
verde”, porque estaban encuadernados con canutillos de esos dos colores. Ahí se
contenían ambiciosos planes que luego se hicieron realidad en buena parte. Eran
la hoja de ruta de una Facultad que tenía los problemas lógicos, pero también
las ventajas, de su juventud.
No menos apabullado me quedé con la gran
empresa de impacto internacional que impulsó y lideró: el PGLA, o Programa de
Graduados Latino Americanos, entre 1972 y 1990. Entre trescientos y
cuatrocientos periodistas de trece países pasaron medio año de sus vidas en
Pamplona cursándolo. Visto así, sin más, la cosa parece sencilla, máxime si
además se contaba con la ayuda económica de la fundación alemana Aktion
Adveniat. Yo, que me leí todos los papeles, correspondencia y demás
documentación del archivo, puedo dar fe de que aquello fue obra de titanes. No
puedo ni debo entrar en detalles pero lo digo con rotundidad y sinceridad plena.
Tuve que derrochar paciencia, fortaleza y generosidad a manos llenas. El
profesor Gómez Antón fue uno de los máximos “culpables” de la alta reputación
que todavía hoy tiene la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra
por tierras americanas. Poco tiene de extraño que, tras su jubilosa jubilación
y poner por escrito sus célebres Desmemorias
(libro cuya lectura no tiene desperdicio), hiciese de nuevo y por última vez
“las Américas”, a su México lindo y querido que le acogió como solo los mexicanos
saben hacer.
Muchas gracias, Paco, por ponernos el
listón tan alto. Eras, así me gustaba decirlo con toda reverencia, nuestra
“reliquia” de 1958, el año aquel en que echó a andar el Instituto de Periodismo.
Por eso estabas en aquella hermosa y florida orla que colgaba de tu despacho
con los alumnos de la primera promoción. La vida continúa. Las promociones que
ahora se gradúan son distintas, qué duda cabe, a las de antaño: cuestión de
manías generacionales. Cada vez que os vais aquellos que pusisteis los
fundamentos de nuestra FCOM me entran más ganas de introducir en el plan de
estudios una asignatura, obligatoria, llamada: “Historia de FCOM”. La memoria
histórica de lo que hicisteis no puede, no debe perderse. ¿Habrá que pedir un nuevo
“Modifica” a la ANECA para que se apruebe?