Insustanciales, engreídas, redichas, iletradas, presuntuosas, cerriles, envanecidas, desvergonzados, chabacanas, iluminados, fatuos, melifluos... Son algunos de los calificativos, con sus correspondientes nombres adjudicatarios, con los que Marías se despacha a gusto, sin diferencias de color político: PSOE, PP, CiU, PNV, UPyD.
¿Tan mal estamos? ¿Tenemos los políticos que nos merecemos? ¿Es más bien un defecto del sistema? La política, en su estado actual en España, es lógico que no atraiga a "los mejores". Hay muchas razones: los independientes tienen difícil cabida y a menudo acaban desengañados volviendo a sus quehaceres profesionales anteriores; en la empresa privada se pueden tener mejores sueldos e incentivos y se pierde menos el prestigio y la credibilidad; el cortoplacismo al que obligan las elecciones impide realizar proyectos de largo alcance; la exposición al público no es tarea fácil de llevar.
El cainismo y la endogamia parecen haberse convertido en señas de identidad de esta ¿profesión? Sí, lo pongo entre interrogantes porque quizás es otro de los problemas de imagen, pero también y más profundamente de contenido, de los políticos: haberse convertido en una profesión endogámica, un coto cerrado al que es difícil acceder y donde bastantes veces impera el agradar al jefe sobre el servicio público que se le debería suponer. No vendría mal que los políticos con responsabilidades de gestión pública mínimamente importantes se vieran obligados a adquirir una formación específica sobre habilidades de gestión directiva, políticas públicas y comunicación. Nos ahorraría muchos sinsabores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario